Viernes 15 de septiembre de 2017. Charcos intermitentes de lluvia despechada se acumulan a lo largo del Paseo Francesc Macià y brillan a las órdenes de la luz vespertina, esperando a que un niño los pise con explosiva alegría. Pero los niños ya no pisan charcos, ni aunque los charcos se vistan de lago.
[Inciso 1: ha llovido mucho desde estas Jornadas. Ha pasado media vida. Eso es producto del histérico devenir diario. No estoy poniendo excusas otra vez por escribir una crónica tarde, pero si lo que buscas es un rotativo con noticias actualizadas de última hora, te has equivocado de web. ¡Sigue leyendo!]
[Inciso 2: mis crónicas tardías son una metáfora de lo tarde tarde y tarde que cobra el pobre autónomo. ¡Sigue leyendo!]
Avanzo con prisas, oteando los semáforos en busca de un teatro donde –dice el panfleto– se destilará Poesía. Esta es una crónica sobre el primer día de las III Jornadas Caravansari de Poesía en lenguas peninsulares, así que no pienso añadir ni un ápice connotativo. “Cíñete al código de este artículo: servidora de la información, y no una traidora traductora, como siempre”, me dice la conciencia. “Bueno, lo intentaré”, le respondo yo. “Y déjame en paz, que no encuentro la calle del Teatro Sagarra”.
Por qué mi conciencia me ha salido tan impertinente y mi sentido de la orientación, inexistente. Cuando discuten entre ellas, es el fin.
Sigo avanzando, desoyendo a la pesada conciencia. Dos Señoras más en mi lista de geolocalizadores humanos han señalado con sus dedos firmes hacia el Carrer del President Lluís Companys y me han conducido hacia Ítaca. Señoras así son imprescindibles cuando se trata de buscar la sala de un teatro que se está haciendo de rogar, como una primera cita.
Santa Coloma de Gramenet, municipio a menudo ignorado para los más culturalmente asépticos barceloneses, que buscan cultura y ocio donde los gigantes promotores anuncian cultura y ocio. En Santa Coloma los teatros y librerías refulgen como luciérnagas. No quiero hacerme una idea preconcebida. Asisto a las Jornadas como simple espectadora y, aunque la Revista ya hace tiempo que me parece una de las más interesantes muestras de literatura actual, me siento sin más atraída por la llamada de la Poesía y la Traducción. Pero pongo mi teléfono en silencio por si acaso me llaman de verdad.
La jornada comienza con los versos de la catalana Laia Noguera, que transpiraban belleza de lo mundano. La autora de Qué extraña ventana y Amor total entregó unos poemas musicados al público, teñidos de luz, con acompañamiento de guitarra acústica y evocaciones que cantaban al descubrimiento del amor, a las pequeñas cosas bellas, a la vitalidad y a la claridad de lo certero cuando se pueden condensar determinados momentos de la vida en poesía. La poetisa tradujo los versos del castellano al catalán: dos versiones en dos lenguas que expandían la expresión de la belleza.
El segundo poeta, el gallego Gonzalo Hermo, tejió una poesía introspectiva que crecía y se extendía entre las butacas del público con la evocación del amor puro, mientras sus poemas en gallego se alternaban con la traducción al castellano de Míriam Reyes, que en la traductora pasaban por un tamiz suave y profundo.
El tercer poeta fue el portugués Miguel Manso. Sus versos, de cadencia huidiza y trasfondo salvaje, hablaban de los recuerdos de una juventud anhelada; de errores y riesgos y de búsquedas constantes. Tras la lectura de cada poema, entraba en escena su traductor al catalán y recitaba su verso con una palabra más incisiva. Descubríamos, detrás de cada significante, cómo el poema traducido había renacido en su lengua de destino, y había vuelto a resonar y a volar libre, paralelo, hermanado en el sentimiento de fondo.
Pausa antes del colofón final. El teatro latía de poesía y sólo quedaba esperar a la poeta y traductora Míriam Reyes y al escritor Bernardo Atxaga.
Reyes recitó poemas cargados de tensa suavidad, en una cadencia que alternaba sensaciones de conflicto y sensualidad. Lo físico y lo espiritual se entrelazaban en el viaje del ‘yo’, en el exilio de la artista viajera que empieza de nuevo y vuelve a tejer sus hilos existenciales en su nuevo hogar. Pero entre sus versos también se escondía el exilio interno del ‘yo’, la autobúsqueda y las pulsiones salvajes que nos mantienen vivos. La poetisa mantuvo en vilo al público y lo hizo viajar a través de la piel y el espíritu porque sus poemas hablaban de lo físico y lo espiritual, volando ambos en vuelo rasante.
Bernardo Atxaga fue el último poeta en salir a escena. A través de uno de sus Poemarios, Etiopia, recreó una alegoría animalística donde el ser humano obedecía al orden animal y no al revés; una especie de fábula inversa en la que no faltó el humor. El autor de Set cases a França (2009) tiró de ingenio artístico para evocar juegos de palabras, lirismo, reflexiones existencialistas y dobles sentidos, desplegando versos que intercalaba entre euskera y castellano, haciéndonos partícipes de su poético arsenal de palabras palpitantes.
Tenemos que poetizar el mundo. Jornadas como esta contribuyen a ello. Pero no es suficiente. Menos emprendeduría, menos ley de la eficacia, competencia y fraudeprogreso y más poesía. Los colegios, centros culturales, hospitales, hogares, gasolineras y estaciones de tren merecen tener un espacio dedicado a la palabra oral. La poesía no es papel impreso; va más allá del artefacto literario o de las publicaciones. Compartir palabras y hacerlas volar es lo que echa de menos esta sociedad enferma.
Poeticemos el mundo.