Escribo porque se me olvida casi todo, y escribiendo creo que lo grabo o lo incrusto en las meninges tozudas del vacío existencial al que me resisto a caer. Escribo porque los trazos son venas asfaltadas que arranco del cemento y levanto del suelo, agarrándolas bien fuerte para impulsarme y no dar bandazos. Escribo virilmente porque la tinta sobre papel es la semilla visible y el alcance de todo lo que soy. Escribo porque sé que soy caduca y el oxígeno de mi pulmón y medio halla remedio temporal al narrar al oído de quien lee, o escucha lo leído. Escribo con la misma ingravidez libertaria del imbécil que saborea un cóctel sumergiendo sus carnes en un spa de aguas turbias. Escribo sabiendo que el papel amarillea y que los huesos cognitivos son presa de la artrosis temporal, y escribo porque no estoy sola mientras escriba. Escribo sudando un rosario de cuentas de resina palpitante porque no se puede poner límites al poder de la escritura que, aunque sé que no perdura eternamente, dura un poco más que la estafa diaria de las sonrisas enlatadas.
Escribo.
¿Escribes?
Ilustración de JM Bartolomé Catarineu. @Creativecommons
Recuerdo, hace doce años, pasar toda una tarde atesorando un secreto gigantesco. Horas después, el secreto dejó de ser secreto, y lo supo todo el mundo porque te habías convertido en una bella y nutrida realidad. El plan de trabajo no era sencillo: darte calor, protegerte del sol y alimentarte. Los días pasaron borrachos de la velocidad del alma. Nada de lo que había hecho yo anteriormente se podía comparar, ni en extensión ni en importancia, a ti.
Han pasado doce años.
Ahora has eclosionado; ahora eres una persona con la que me río, discuto y comparto y tú me alimentas, me das calor, me proteges del sol.
Soy un parásito, solo yo sé ser invisible, epilépico; anímicamente inestable, pero intencionadamente constante.
Solo yo sé mantener en estado de shock al amor; solo yo sé ser esporádico y eyacular mi toxicidad, mamando sin descanso; solo yo sé poner rumbo a mi destino sanguijuelo.
Soy un parásito orgulloso, práctico y ortodoxo; me río en la cara de quien fuerza su sonrisa; solo yo sé tener prisa en yacer encima del cuerpo de quien me alimento, ahogándola poco a poco en su caldo de esfuerzo.
Soy vital, soy un parásito normal; soy tan normal que no me gusto por eso vivo a disgusto y a expensas del amor que he construido con un par de piezas recicladas; porque vivo a expensas del amor en estado de shock
Imprímelo y llévalo a todas partes.Si no juegas, pierdes
Acuñar –Inventar un nuevo insulto inspirado en tu cuñado
Achuchar –Abrazar intensamente a un perro callejero feo y despellejado
Blasfemia –Insulto o palabra soez proferida por Epi contra su compañero de reparto
Cercenar– Intentar cenar mientras te cortan la cabeza
Chistorra–Salchicha muy salada y aficionada a explicar chistes
Dentista –Torturador con bata blanca y diploma
Emprendedor–Pirómano con ganas de abrir un negocio
Gincana–Competición de idiotas bebedores de gin tonic
Huracán- Raza de perro de temperamento nervioso que gira constantemente en círculos
Impepinable –Ensalada, entremés o canapé sin pepino
Lacónico– Comensal con ideas radicales sobre la superioridad del lacón respecto al jamón
Madre–Animal vertebrado que se avista en las orillas de las playas, en época de verano, y que unta a sus víctimas de un pegajoso ungüento blanco antes de comérselas a besos
Melancólico –Cólico acompañado de cierto sentimiento de tristeza por tiempos pasados
Pionero–Pájaro descubridor del piar
Reflexión –Flexión efectuada a dos tiempos.
REHENFE –Grupo de rehenes con paciencia y fe infinitas mientras permanecen encerrados en el convoy por causa de avería.
Ronántico –Bebedor de ron propenso al sentimentalismo
Saludable – Persona, animal o suegra a quien se puede saludar sin problemas
Traducthor –Ser lingüístico torturado por una preposición que blande su martillo en las fronteras del lenguaje
Salió un día de su recinto vallado: quería mostrarse como tal. Y, casi sin respirar, se hinchó y se hinchó. Infló su pecho, infló su garganta, levantó su pico y echó a andar.
Era lo inevitable. Su condición era palpable.
Pero todavía faltaba un detalle: su plumaje. Abrió de par en par, semejante ejemplar plumífero, y hacia el gran exterior desplegó ya totalmente sus plumas, que eran de intensos colores: verdes, azules, rojizos, turquesas, marrones, blanquecinos, amarillos, teja. La paleta de sus colores era el mapa de situación de las hembras del territorio; los vaivenes de sus plumas eran el tutú que las debía guiar, como varita mágica, hacia su deleite copular meritorio. Abrió y abrió sus alas y extendió sus plumas, que brillaban imponentes, que enarbolaban el aire e incluso hacían sombra a los árboles, a los hurones, a los setos y a los champiñones.
Porque él era el gran faisán, y sus hembras lo esperaban. Sólo necesitaban levantar el gaznate y admirar el gracejo, el color, el paso y el furor que él levantaba. Aumentó un punto el ritmo de sus pasos, por si el arco iris machofaisán no fuese necesario para su meta olímpicoital. Su cortejo daba inicio, pero para un cortejo se necesita a dos. Así que decidió aumentar medio decibelio el frenesí de su danza multicolor, que atraía y refrectaba todos los tipos de luz, porque él era el gran faisán y porque todas las hembras hacia él se orientaban: luz blanca, rayos gamma, rayos alfa y rayos x. Infrarrojos, microondas, radioondas, toda esta radiación era su utillaje y el ritmo de su respiración, el pasaporte de su viaje hacia el gran éxito del cortejo cortés: el del faisán rey. El rey de las hembras.
El gran faisán corría cada vez más; el ritmo de sus pasos parecía un desprendimiento de nieve multicolor. O peor, un alud.
Una de las hembras, hiena, salió de unos matorrales.
El gran faisán continuaba inmerso en su danza imparable. Próximo destino: cualquier hembra presentable.
Entonces la hiena, atraída por ese inusualmente explosivo derroche de colores,
entonces la hiena, depredador impasible que no conoce reproches,