Tres.
Su ensamblaje encarna la mística unión de las cosas.
Se cuenta que, en un tiempo remoto, las personas caminaban desordenadas, no dejaban paso a otras, se acumulaban como letales trombos en las arterias de la humeante ciudad. Decían que había -incluso- mujeres que cacareaban juntas, hilvanadas en un diabólico arpegio que no dejaba títere con cabeza.
Pero yo nunca hice caso a esos chismes. Es más: al tercer día, resucité.
En el tráfico acumulativo se suman los puntos cardinales de mi corazón. En la tríada eterna se concatenan los ruidos necesarios. Inicio, nudo, desenlace. Infancia… ¿edad adulta? y muerte. Triángulo amoroso: siempre presente. Los tres elementos de la naturaleza. El Tercer Viaje a Sicilia. La Santísima Trinidad. Los tres cerditos, en fin.
Trilogía verde. Trilogía insana. Déjame, déjame amarlas porque con sus brazos de hierro han forjado lindes de palabras de hierro sangriento, porque con sus toscas varices han socavado asfaltos. Porque ellas emulsionan la muerte y la vuelven terciopelo; porque ellas perpetúan el ciclo de la voluntad hacia lo eterno, y porque ellas oxigenan los pulmones del averno. Porque ellas son el petate. Porque ellas son el viaje.
Yo las amaré por siempre hasta que alguien me diga que después del tres, viene otro número.
Pero no lo creo.
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