Érase una vez
un oso polar despistado
quien,
siguiendo un rumbo incierto,
encontróse un día
en el desierto.
La población humana reaccionó con pánico,
y empleó un esfuerzo titánico
en crear
para el oso
un glaciar fastuoso,
y se contrataron más pólizas de seguros
y la noticia se extendió extramuros
y la foto se subió a las redes sociales
y se alertó a los demás animales
y hasta salió en el telediario.
Pero el oso polar
continuaba
en su desierto,
sofocado
y contento.
El niño visionario
culpable de la situación
fue declarado
persona non grata,
por ser un tostón y una lata
y porque además les costaba un riñón
mantener un glaciar lujoso
y abandonado,
para un oso polar despistado,
y es que el niño había aventurado
un destino funesto
a la humanidad en primer lugar
y si acaso también
al oso polar.
Desde aquel día,
nos importan los animales
sobre todo cuando aventuran males,
pero desde aquel momento, también,
la historia queda en suspense,
todo depende de lo que el niño piense,
las radiofórmulas callan y esperan,
nada fluye,
el miedo impera.
¿Llegará la sangre al río?
Y lo más importante:
¿Devolverá el niño al oso al frío?
Brillante, brillante, brillante!
¡Qué bueno despertar esas sonrisas y dejar pensando también!
Por entradas como esta te menciono en un post en el que recojo y nomino a algunos premios blogueros: Generación Papel. Besos! ;D
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