“El ruido que hace alguien cuando no quiere hacer ruido”, John Irving Ilustrado por Tatjana Hauptmann Traducción: Victoria Alonso Blanco Original: A sound Like Someone Trying Not to Make a Sound
Tusquets Editores, 2005
El escritor americano John Irving (Exeter, New Hampshire 1942) nos presenta un cuento enigmático que no nace en este libro, sino que debemos situarlo en la anterior novela del autor, “Una mujer difícil”. “El ruido que hace alguien cuando no quiere hacer ruido” es, en realidad, el cuento que le explica el personaje Ted Cole a su hija Ruth en dicha novela. Ted es un afamado escritor de libros infantiles que, en una noche lúcida de alcohol e insomnio, explica a Ruth la historia de dos niños movidos por la curiosidad, Tim y Tom. A partir de este momento, el cuento ejercerá una influencia crucial en la vida de Ruth, quien también se dedicará a la escritura. Así, vemos cómo los textos que conforman la obra de Irving dialogan entre sí y hacen posible que los personajes viajen entre sus novelas y cobren vida en un cuento.
“El ruido que hace alguien cuando no quiere hacer ruido”, traducido al español por Victoria Alonso, es un cuento sobre el descubrimiento. Tom se despierta a media noche cuando oye un ruido que lo alarma. Sale de su cama y le pregunta a su hermano pequeño Tim si él también ha oído el mismo ruido extraño. Con toda intención de descubrir quién o qué provoca el ruido, Tom se decide a recorrer todos los rincones de su enorme casa, acompañado de su osito de peluche, y despierta también a su padre, quien le acompañará en su recorrido hasta conocer el origen del extraño ruido. El movimiento despierta a Tim, el pequeño, quien coge el relevo de Tom y se desvela al sentirse extrañado por el ruido.
Nos encontramos con un cuento lleno de misterio en el que las ilustraciones de Hauptmann resultan esenciales porque acompañan al texto de manera magistral. No sólo eso: una segunda y tercera lectura del cuento nos llevará a descubrir imágenes ocultas que hasta el momento no habíamos advertido. Los objetos de la casa cobran vida. Cojines monstruosos, ositos danzantes. El tono predominante azul de cada imagen nos adentra en una atmósfera inquietante en la que las sombras crecen y quieren hablar. En el transcurso del recorrido de Tom por la casa, todo cambia de un segundo a otro y los elementos inquietantes se mueven anhelando la revelación. Regaderas disgregadas, vacías, como hablando entre sí, dentro de las cuales parece asomar algo. Gabardinas colgadas y habitadas. El faro y la luna que nunca cambian. Ratones en movimiento.
El mundo del temible imaginario se dibuja en este cuento a través de la figura de Tom y el despertar a lo nuevo se vuelve imprescindible porque lo pequeño es grande cuando hay descubrimiento, y el resto de cosas carecen de importancia. Buscamos al ratón -el culpable- en cada ilustración y nos sentimos atrapados entre las paredes de esta casa misteriosa donde ha pasado algo mayúsculo: Tom finalmente se ha ido a dormir, pero el pequeño Tim ha abierto los ojos a una nueva realidad desconocida para él hasta entonces.
En este cuento se habla, también de monstruos, se especula con ellos, pero no se les aplaca, pues sirven de vehículo para un cambio de paradigma: la siempre buscada percepción de lo nuevo, y sus bienvenidas pesadillas.
La última ilustración del cuento nos da la clave: Tom descansa, pero Tim ya no. Y el ciclo empieza de nuevo.