–Ayy, pasear…
–¡Qué dices! Pasear ya no es lo que era.
–¿No? En ese caso, siempre puedes soñar…
–He dejado de soñar. No me cabía otra alternativa. Lo he visto muy claro: soñar ya no es lo que era.
–Entonces, ¿escribes?
–¡No, no! Ya no escribo. No puedo escribir. Escribir tampoco es lo que era.
–¿Y el paisaje? El paisaje sí que––
–¿El paisaje? El paisaje ya no es ni remotamente lo que era. Ni el batir de las hojas. Ni siquiera el invierno, ni las miradas, ni los necesarios silencios, ni el pronóstico. Ni el espíritu ni la fuerza ni la mística unión de las cosas. Ni el Otro. Ni siquiera el Otro. El Otro ya no es lo que era. Nada, nada es lo que era.
–Todavía queda algo.
–No.
–Que todavía queda algo.
–No.
–¡Todavía nos queda algo!
–¡¡No!! ¡¿Qué nos queda?! Nada nos queda. Todo pasó. Ya nada es lo que era.
[Pausa]
–Inventar una nueva Era. Eso es lo que nos queda.