Humano – Yo soy.
Hormiga -No, tú estás.
Humano- ¡No! Yo soy, he dicho.
Hormiga- Lo siento. En esencia y en cuerpo, tú sólamente estás… ya sé que cuesta de creer.
Humano- No. No. No puede ser. Me estoy empezando a preocupar.
Hormiga- Lo entiendo.
Humano – ¿Y qué puedo hacer, mientras tanto?
Hormiga- Piensa.
Humano- No quiero pensar. Dame otra solución.
Hormiga- ¿Me pides consejos a mí, al animal que pisas?
Humano. No. Te pido soluciones.
[El Humano gimotea, a punto de llorar. En seguida se recompone]
Hormiga- Pues haz lo que siempre has hecho. Lo que has hecho incondicionalmente como si de su resultado dependiese tu destino, como si así creyeses inútilmente que vas a dejar de estar y que pasarás triunfalmente a ser. A ser para siempre.
Humano – ¿Hacer el qué? ¿El qué?, ¿creer en Dios?, ¿confiar en el más allá? ¡El qué!
Hormiga- Lo haces de manera cíclica, lo haces a escondidas, lo haces como si de un ritual se tratara. Lo haces y, cuando lo haces, te convences.
Humano- No te entiendo.
Hormiga- Lo haces cada vez persiguiendo el mismo fin y exaltando el mismo auto-celebrado sentimiento. Lo haces con patetismo. Lo haces para anular la duda torturadora entre ser o estar.
Humano- No lo entiendo. No te entiendo. Voy a dejar de hablar contigo, hormiga.
Hormiga- Hazlo sin demora. No dejes pasar el tiempo. Después será tarde.
Humano -¡El qué! ¡¡El qué!! ¿Me instigas a matar al prójimo?, ¿a instaurar la guerra?, ¿a inventar armas?, ¿a sentir frustración y convertirla en odio?
Hormiga- Hazlo.
Humano. ¡¡El qué!!
Hormiga- Copular.
Un final un poco raro, pero bueno. Un saludo. https://laslineasnoescritas.wordpress.com/acerca-de/