¿Qué hacer cuando, en medio de una traducción, se nos presenta el gran enemigo? Tiene apariencia juguetona, pero esconde sospechosas intenciones; entre ellas, provocar dolores de cabeza al servil traductor. Estamos hablando de los juegos de palabras.
A menudo me ocurre una situación recurrente cuando conozco a alguien y le explico a qué me dedico. Empezamos a hablar sobre traducción y, justo cuando la conversación se encuentra en su punto más álgido, el conversador lanza un:
-Pues sí, debe de ser muy difícil traducir, ¿no? Sobre todo cuando te sale un refrán…
¡Se equivoca el lúcido contertulio! Los refranes tienen su reflejo entre las lenguas; su transparencia. Son traducibles.
-Don’t count your chickens until the eggs have hatched.
-No comptis el gra fins que no sigui al sac i ben lligat.
-No le quites la piel al oso antes de haberlo cazado.
Sólo hay que hurgar entre los significados de cada lengua y localizar el refrán-hermano, asegurándonos de que transmite el mismo mensaje con otras palabras y metáforas.
Pero qué hacer cuando brota en medio del texto un juego de palabras, que te obliga a representar exactamente la misma gracieta en la lengua de destino:
Lo primero es decir “coño” bien alto. Bien alto.
A continuación se presentan tres alternativas:
-Tirar de ingenio súbito e intentar escribir varias opciones. Si no sale, no sale. En todo caso no escribir nada y dejar la solución para otro momento. Tener el coco despierto para cuando llegue ese momento.
-Tirarnos la tarde pensando y escribir opciones forzadas en nuestra inseparable libreta-guía.
-Tirarnos por la ventana y dejar una nota escrita (“al menos lo intenté”).
En el caso de escoger la primera alternativa: eres persona hábil. Y práctica. Pero en algún momento tienes que solucionar el juego de palabras y para ello necesitas opciones de traducción, so gandul. Cuando te salgan, las apuntas en tu libreta-guía, las dejas reposar y decides al día siguiente. Siempre es bueno decidir al día siguiente: es cuando de verdad descubres qué opción vale y qué opción es penosa, fruto de la desesperación o de la baja inspiración porque llevas demasiadas horas traduciendo y todavía no te has duchado. En ocasiones, no vale ninguna opción de la lista, y entonces es cuando hay que repetir el proceso. Cuanto más difícil sea la resolución, más contentitos quedaremos cuando la encontremos y se la traslademos al editor (que la recibirá con escaso entusiasmo).
Si te decantas por la segunda alternativa, está bien que te tires la tarde pensando. Eso está muy bien, pero hay más cosas que hacer (¿vivir?, ¿tener conversaciones con seres de tu alrededor?). Repite el proceso que seguiste en la primera alternativa.
Si optas por la tercera alternativa, no te queda más remedio que reposar para siempre y le encargarán la traducción a otro sin mayores problemas. ¡Que no era para tanto, hombre!
En ocasiones, es posible que la búsqueda de la solución del jueguecito de palabras se prolongue una semana. El coco no para: piensas, rimas, asocias conceptos e ideas; vocalizas por la calle – las ancianas se apartan de ti. Pero no te llega, ¡¡no te llega la solución!! El cerebro continúa inmerso en su mecanismo y por fin, un buen día que no es ni más ni menos especial que el resto, abres los ojos a las 6:00 de la mañana y lo notas en tu boca: es la palabra que buscabas, y que ya tiene su lugar en el juego de palabras. Y además cuadra en forma y en sentido.
¡Amo este sencillo trabajo!
Te levantas de la cama estúpidamente feliz, retienes en tus labios el vellocino de oro lingüístico y corres a escribirlo en tu libreta-guía. Tu juego de palabras es el mejor que se haya inventado nunca.
Pero una traductorada de nada sirve sin ejemplo, así que pongámonos manos a la obra:
The Wise Owl’s Story es un cuento delicioso del año 1935 (primera impresión), cuya autora es Alison Uttley e ilustraciones a cargo de Margaret Tempest. A medio camino entre la fábula y el lenguaje poético, The Wise Owl’s Story narra de manera costumbrista el devenir de una tranquila comunidad de animales. La historia se ilustra con dibujos que recuerdan al impresionismo inglés con un toque enigmático, versátiles, presentados a modo de marco, como si nos hubiésemos metido en un pequeño museo-cuento. De todos los personajes, el búho es el protagonista y se le describe y dibuja con un halo misterioso, pues no se explica el porqué, pero vive de manera muy austera en el hueco de un árbol.
Este es nuestro cuento. Lo vamos a traducir, con ganas y curiosidad. Trasladamos palabras y las ordenamos en un ritmo y una secuencia, para que suenen bien, y con sentido. Abrimos el cuento: preciosa estampa de bosque al parecer inhóspito. Es otoño.
Casas, árboles, lianas… Aquí lo tenemos: Nuestro búho sabio leyendo.
En el hueco del robledo, que es su hogar, remueve el caldero mientras una fina nube de humo sale de la chimenea y se dibuja entre las hojas…
El desorden llena su hogar, un hogar antiguo. Telarañas cuelgan del techo e incluso trocitos de corteza de árbol caen de vez en cuando en su caldero, pero el búho es paciente e imperturbable y no se molesta. Hay también en la casita del hueco del árbol otras estancias que el búho no visita, pues sólo habita fielmente su cocina, su habitación, su estudio.
Estamos en su habitación, donde cuatro búhos tallados custodian su pequeña cama con dosel.
Una sartén en la cocina; estanterías en las paredes; libros de color verde, marrón. Portadas encuadernadas de rojo, que es el color de las hojas del bosque. Libros de poesía y rima en verde, como las hojas tempranas de la primavera. Libros en marrón de historia y aritmética, como las hojas muertas del invierno y libros de cuentos….
Hasta aquí hemos llegado.
Hasta ahora, la analogía color de hoja-estación funcionaba. Pero se nos ha roto el discurso porque hemos entrado en el territorio del humor, que es el jugo del lenguaje.
¡¡Y ahora qué!!
Sálvese quien pueda. La conjugación verbal del participio de pasado de “read” en inglés, posibilita esta homofonía:
red (leído)
red (rojo)
(“Pues no tengo homofonía en español. Y ahora qué. Y me están metiendo prisa los de la editorial para que entregue la traducción cuanto antes. ¿Esto se paga por horas? Pues vaya mierda, porque necesito darle mil vueltas hasta encontrar la solución. Y esta noche fijo que no la habré encontrado. Mejor sigo y no me atasco; será peor. Voy a ponerle la marca en amarillo… ¡Pero si mi texto está casi todo amarillo, ya parece la bandera vaticana! Vaya manera más religiosa de traducir… Bah, me estoy enrollando -conmigo misma- y estoy perdiendo el tiempo. ¿¿Esto se paga por horas?? Ah, ya me he hecho esta pregunta. De hecho, me la estoy repitiendo. Ju ju-ju-juj me estoy riendo sola como una imbécil. Es el momento de salir a la calle a que me dé el aire… Ahora me dicen desde la editorial que me ande con ojo con la extensión del texto, que tiene que caber y no pasarse del espacio fijado porque entonces nos descuadramos y nos cargamos el formato. O sea: un juego de palabras ingenioso, traducible, que tenga coherencia con la ilustración, que sea jocoso y, a poder ser, que no se aleje mucho del original ni del discurso previo -analogía estación del año-colores. Y que quepa en el espacio fijado. Vale….
Sí, será mejor que salga a que me dé el aire”).
El monólogo interior es muy sano, pero soluciona poco.
Ahora es vuestro turno, traductores. ¿Qué solución aportaríais?
No soy traductor, pero me ha gustado la forma en que se relata la odisea de traducción que implican los juegos de palabras 😀
Un gusto pasar por aquí. Saludos desde Ecuador.