–Me gustan demasiado las patatas fritas de bolsa. No lo puedo remediar… –le dijo al dietista.
–¿Pero qué es lo que más te gusta de ellas? ¿Su sabor?, ¿su sonoridad?, ¿ese crujido en tu oído cada vez que la muerdes?
–El crujido –mintió.
El dietista se cruzó de piernas.
–Pues es muy fácil cambiar y lo puedes hacer a partir de ‘ya’: sustituye sonoridades. Sal a caminar por el bosque y cambia el crujido de esa patata frita por el crujido de una piña resonando bajo tus pies. Sentirás el mismo placer: te lo garantizo.
–¿En serio?
–Te lo garantizo. Y no hay que obsesionarse siempre con la misma sonoridad. Hay que introducir variaciones, matices… como un buen pentagrama. Si te aburres de los crujidos, introduce el leve chasquido de la celulosa de una hojita de lechuga bajo tus dientes.
–¿Celulos..?
–Celulosa, sí. He dicho ‘celulosa’; no ‘celulitis’. Jajajajajajaj.
El dietista se vuelve a cruzar de piernas y prosigue:
–Bien. ¿Nos vemos la semana que viene?
–No lo creo. Estaré sustituyendo sonoridades. En concreto, sustituiré el crujido de tu silla de madera cada vez que cruzas las piernas y me cebas de argumentos basura por el de unos torreznos 9,5 en la escala de Richter reventando bajo mis dientes mientras oigo el tintineo de una cucharita de metal metida en un frasco de mermelada. Será la mejor manera de introducir… matices.
La paciente da seis pasos silenciosos, abre la puerta y sale de la consulta.
Brillante! La vida está llena de sonidos. Menos mal! 😍
Marga