¿Sinopsis neuronal? ¿Musas? ¿Inteligencia? ¿Don? ¿Psicotrópicos? De dónde viene, cómo se origina y hacia dónde vuela el motor de la escritura: la imaginación.
El ejercicio de la imaginación no está reñido, ni ligado, ni enamorado de una profesión específica, aunque no estaría mal que mereciese semejante trato. ¿A qué te dedicas? Soy imaginador. Todavía más: algunas de las insólitas creaciones de la historia de la literatura (personajes, escenarios), nacen de un momento único vivido por el autor. Ni siquiera la persona, o mente pensante, fue la ejecutora. La conjunción del momento y el lugar originaron la pieza.
¿Y qué pasa con el saber? Legendarios escritores del mundo del imaginario artístico se dedicaron a profesiones que nada tienen que ver con la escritura, y estos mismos brazos ejecutores han sido declarados escritores a posteriori; definidos por su obra más que por su oficio.
¿Qué tienen que ver las matemáticas con la literatura?
Charles Lutwidge Dodgson (Daresbury, Cheshire, 1832–1898) escribió tratados sobre geometría y aritmética; manuales sobre matemática, álgebra y lógica. Su ‘yo’ literario fue Lewis Carroll. Conocido, así, con el pseudónimo de Carroll, el autor inglés, hijo de archidiácono y alumno de la Richmond School fue, además de redactor de su propia revista (Useful and Instructive Poetry, escrita en 1845 y publicada cien años más tarde), un apasionado poeta, diácono, matemático, amante de los animales, profesor y curioso observador de las leyes de la gramática y la lógica. La vida de Lewis Carroll transcurre entre los firmes preceptos de la tradición anglicana y la constante inquietud intelectual, colaborando con sus relatos y poesías en numerosas revistas y diarios de la época (Whitby Gazette, the Comic Times, the Oxford Critic, etc.)
Lewis Carroll, profesor de matemáticas
El momento:
¿Qué fue lo que originó Las aventuras de Alicia en el país de las Maravillas?
En 1851, Carroll se trasladó a Oxford a estudiar matemáticas. En su facultad, la Christ Church College, perteneciente a la Diócesis Anglicana de Oxford, se graduaría como profesor de matemáticas y pasaría el resto de su vida dedicado a la docencia de esta materia, en un contexto de profundo raso conservador. No obstante, ello no le impidió seguir cultivando su natural sentido del humor y su gusto por el lenguaje (de ese mismo período data el ingenioso y disparatado poema épico La caza del snark, 1876). La Christ Church nombró para su facultad a un nuevo diácono: el Señor Liddell, circunstancia que devendría en un hecho positivo para Carroll. El Señor Liddell tenía tres hijas: Lorina, Edith y Alice; la última, de 3 años de edad. Carroll siempre hubo manifestado un afecto y cercanía innatos hacia los niños y así fue cómo Alice se convirtió pronto en su nueva compañera de juegos y paseos. Dejando a un lado la suspicacia que este particular hecho despertó en la Señora Liddlell -quien no veía con buenos ojos la cercana relación que el joven Carroll mantenía con sus hijas- la naturaleza de este vínculo siguió su curso. De hecho, se convirtió en una costumbre que Carroll se llevase a las hermanas de paseo o de excursión. El 4 de julio de 1862, Carroll salió de paseo en barca con Alice por el río Isis. La tarde era tranquila y soleada. La niña le pidió que le explicara una historia y Carroll le narró un espontáneo e ingenioso relato de viva voz: Las aventuras de Alicia en el país de las Maravillas.
Aquella misma noche, Carroll empezó a escribir la historia. Una historia que ha sido traducida a 62 lenguas, según Charles C. Lovett, editor del Knight Letter, semanario de la Lewis Carroll Society of North America. Su obra ha pervivido en el tiempo, fruto de un momento y un lugar muy concretos.
-¿Quién eres?
Era un comienzo de diálogo poco tranquilizador. Alicia le contestó, vergonzosilla:
-Yo… yo misma no sé quién debo de ser en estos momentos, señor. Puede que sepa quién era esta mañana al levantarme, pero creo que he cambiado una porción de veces durante el día.
-¿Qué quieres decir? -repuso el Gusano de Seda severamente-. Explícate mejor.
-Creo, señor, que no hay manera de explicármelo ni siquiera a mí, porque, ¿no ve usted que yo no soy yo misma?
El consejo del gusano de seda
Escritor -también- es quien escribe, o quien sueña con escribir y se alimenta de esta ilusión. O quien escribe o ilustra espontáneamente, fruto de un momento concreto que hierve por dentro a fuego lento.
¿Qué tiene que ver la aviación con la literatura?
La vida de Antoine de Saint-Exupéry (Lyon, Francia, 1900-1944) siempre giró en torno a la aviación. Desde muy joven, manifestó su deseo de ser piloto. Tras intentar entrar en la Escuela Naval, ingresa en 1921 en el 2º Regimiento de Aviación, enfocando así su camino entre aeroplanos. A los 21 años ingresa en el 2º Regimiento de Aviación de Estrasburgo para cumplir el servicio militar (aunque ocupó finalmente el cargo de ayudante de Tierra) y meses después obtiene el título de piloto civil. Tras recibir formación de piloto militar en Rabat, se incorpora en el Grupo de Caza del 33º Regimiento de Aviación en Le Bourget (París). En 1926 publica su primer relato corto, El Aviador, un texto que vincula su pasión por la aviación con la escritura, y ahí es donde se advierte su primera pulsión con el mundo del imaginario, imbricada de manera muy íntima con su necesidad de volar. La escritura y la aviación coexistían entonces sin apenas conocerse. Las líneas postales que surcaban los cielos empiezan a distribuirse más y mejor, mejorando el enlace entre países, y en 1926 Saint-Exupéry pasa a dedicarse al correo postal, conectando la ruta Toulouse-Rabat, y más tarde el recorrido Dakar-Casablanca. Este último era un trayecto que exigía cruzar territorio africano en un recorrido de 2.765 kilómetros, con todos los riesgos de averías y accidentes que ello implicaba.
En 1929 su destino vuelve a virar y se traslada a Latinoamérica como director de la explotación de la Compañía “Aeroposta-Argentina”, abriendo así nuevas líneas de explotación. Se abre ante él una temporada de trabajo que tiene más que ver con los menesteres burocráticos que con las alturas, y fruto de ello manifiesta su descontento en la carta que escribe a su amiga Rinette: “Tengo una red de tres mil ochocientos kilómetros, que me chupa segundo a segundo todo lo que me quedaba de juventud y libertad bien amada” (Carta a Renée de Saussine, Buenos Aires, 1930)¹. La escritura vuelve a colmar ese espacio de libertad, y es así como redacta su segunda novela Vuelo nocturno. En él se observa ya un mecanismo cíclico de búsqueda de libertad a través de una u otra vía (volar, escribir). Tras este año en Sudamérica, Saint-Exupéry regresa a su puesto de piloto de línea y vuelve a cubrir el recorrido Casablanca-Dakar, aunque le duró poco: la gestión de las compañías aéreas comenzaba a corporativizarse, y unos meses más tarde, Didier Daurat, nuevo ministro del aire, decide agrupar todas las compañías privadas de aviación en una sola, llamada “Air France”. Ello trajo como consecuencia que en 1934, Saint-Exupéry entrara en el servicio de propaganda de Air France, simultaneando su nuevo puesto con tareas de periodismo. Y dejando en letargo la aviación profesional. Un año más tarde ocurre el accidente. En 1935 pretendía batir un récord de velocidad en una carrera aérea que cubría el recorrido París-Saigón, cuando en pleno vuelo se estrella contra una altiplanície en Libia, en el desierto del Sáhara. Un accidente -no el primero- que le marcaría especialmente, para lo que estaba por llegar. Dos años más tarde, y tras una nueva incursión en el mundo del periodismo como articulista para El Intransigent o París-Soir, su aspiración hacia los aviones sigue bien viva, y de hecho intenta repetir de nuevo el récord, esta vez cubriendo el recorrido Nueva York-Tierra de Fuego. Fracasa de nuevo. En 1939 estalla la Guerra.
Opresión alemana. Saint-Exupéry ocupa el cargo de oficial de reserva en el ejército del aire en Toulouse, un nuevo contacto con la aviación que le trae aires de esperanza. Con este nuevo cargo, es destinado a Champagne, dentro del Grupo de Reconocimiento 2/33. Su dedicación: las misiones de reconocimiento.
Pero el conflicto bélico se sitúa en una nueva fase que le afecta irremediablemente: el 22 de junio de 1940 Francia firmaba el armisticio, reconociendo así su derrota frente a Alemania. Saint-Exupéry decide trasladarse a América, donde pasará una larga temporada viviendo en Nueva York. Su máximo deseo ahora es explicar la guerra a los americanos y apoyar desde allí a la Francia Libre. En enero de 1941 se dedica a escribir y termina un libro sobre la guerra titulado Piloto de guerra. El libro se publicó simultáneamente en Francia y en Estados Unidos en 1942, pero los alemanes prohibieron su publicación en Francia. Los sentimientos que le provocó el conflicto bélico hallaron un hueco a la publicación dentro de los confines americanos, y eso le reconforta.
Antoine de Saint-Exupéry, aviador
El momento
¿Qué fue lo que originó El Principito?
Saint-Exupéry vivía en Nueva York apartado profesionalmente de los aviones. Y entonces, escribía. Escribía cartas a sus amigos y las ilustraba con una enigmática figura de niño, al parecer rubia y con el pelo enmarañado: la imagen del Principito. Quienes lo conocían afirmaban que siempre se entretenía dibujando ese niño (en las servilletas de papel, en las cartas de menús de los restaurantes). Un buen día, su editor americano Curtice Hitchcock le preguntó qué estaba dibujando y el autor le respondió: “Poca cosa, es el niño que siempre llevo en el corazón”² y entonces el editor le propuso espontáneamente, movido por la curiosidad: “¿Y por qué no escribe la historia de ese niño para un libro de niños?”³
El Principito ha sido una de las obras más traducidas (la historia se ha versado a 275 lenguas), y en las evocaciones que desprende podemos encontrar mil lecturas: la percepción y el imaginario de los adultos; la muerte; las amenazas; lo que vemos y lo que creemos ver. El Principito es la obra cumbre de Saint-Exupéry, por la capacidad alegórica que contiene y por despertar la imaginación de quien la lee. Una fábula-cuento que fue escrita por un autor cuya vida transcurrió entre aviones. Desde la primera página de El Principito se huele una simplicidad conceptual totalmente aparente. Su lectura -entera; a medias; profunda o superficial- siempre deja rastro. Su obra también ha pervivido, fruto de un momento y un lugar muy concretos.