comienza a ver a través de las neuronas espejo

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El fin de semana pasado viajé con una amiga al Delta del Ebro. El plan era pasar cuatro días juntas, patearnos todas las playas y visitar los humedales de agua dulce con la esperanza de cazar estéticamente el vuelo de los flamencos, garzas o cormoranes. Algunas aves se hallaban en plena migración, así que no estaban disponibles. Otras, picoteaban entre los sedimentos del agua o se abrían camino tranquilamente en las lagunas.

Tengo que decir que, en realidad, el viaje escondía un segundo objetivo: el de la cámara de fotos.

A medida que avanzaban las horas juntas, la cámara de fotos fue tomando cada vez más protagonismo. Ella era la primera en colocarse en primera línea, desnuda, con sustento de su trípode, y captar con su click cualquier elemento que se moviese. También ella, la muy señorita, era la última en irse, pues su valía exigía de un ritual preparativo que le garantizase el mayor confort: mi amiga le limpiaba la lente, la volvía a vestir, la guardaba delicadamente en la funda y la mecía al vaivén de un paseo dócil que minimizase cualquier impacto o rasguño.

¿Y yo? En un segundo plano.

Cuando viajas con un amigo te das cuenta de que, pese a lo diferentes que podáis ser -manías, puntos de vista, gustos-, hay un cemento que os une, y que, de alguna manera afectada y cursi, podemos asociar con los lazos de la amistad. No sabes qué te ha empujado a mantenerte cerca de aquella persona a lo largo de los años, pero, si bien puedes llegar a tener un puñado de prejuicios hacia personas que crees conocer aunque en realidad sois perfectos desconocidos, resulta que, con tu amigo/a se diluyen las idioteces que podrían separaros porque siempre aflora una mezcla entre respeto, espacio y cariño. Se lo perdonas todo, vaya.

Atardecer en Poblenou del Delta

Pero no he venido a hablaros de amistad. Seguramente ya sabréis lo que es tener un amigo -a no ser que os guste apedrear perros, dejar caer macetas de vuestros balcones u organizar salidas de teambuilding.

Volvamos a lo que nos interesa. La tercera en discordia. Sí, cámara de fotos, no me he olvidado de ti. Gracias a ti, a través de ti o por tu culpa, la diversión se transformó en algo distinto, aún más profundo, y no porque me relacionase contigo, sino porque vi el goce de tu dueña al relacionarse contigo.

Aquí entran las neuronas espejo. Cada vez que mi amiga separaba su párpado del objetivo, sonreía con euforia y perfeccionismo. Ella quería captar la foto perfecta mientras yo pensaba secretamente que la foto perfecta no existe. ¿Y todo eso qué tenía que ver conmigo, con el calor que hacía y las pocas aves que estábamos cazando? Mucho. Verla activando sus emociones me contagiaba. Sentí en primera persona la frustración de no haber captado la enorme pátina de rosa magenta contra el cielo azul celeste que ofrecían los flamencos tal y como había imaginado mi amiga en su mente. Me alegré al comprobar que había podido captar con precisión, paciencia y pasión el amarillo dorado de las libélulas que revoloteaban a nuestro alrededor.

«Qué bonitas son», repetía ella. «Qué bonito amarillo tienen».

Y todo ello, entiendo ahora, ocasionado por la química de la amistad y a la química del cerebro. Las espejo son células que se ponen en funcionamiento cuando vemos a alguien disfrutar, activarse emocionalmente y descargar una reacción motora que entronca con nuestros sentidos y nuestra percepción. ¿Os ha pasado alguna vez? Los efectos son positivos. Gracias a esta conexión, aumentamos y replicamos las interacciones sociales y nos damos cuenta de que el otro es indispensable para crecer. En definitiva, ver a mi amiga a través de las neuronas espejo fue como verla de verdad.

En este sentido, me planteo si lo que hay que hacer es dejar los selfies que nos idiotizan y comenzar a poner otros espejos -en casa, en el trabajo, en la calle y/o de viaje- porque nos ayudarán a respirar compartiendo. Creo que de eso se trata la vida.

En definitiva, yo me alimenté de la emoción de mi amiga fotógrafa. Y los mosquitos se alimentaron de mí.

Fue otra cadena alimentícia vital. Una de muchas.

Pero, para mí, queda enmarcada en un momento y en un lugar, para siempre.

Este artículo está dedicado a la memoria de Carlos Quijano, escritor y editor de Salto al reverso.

Sigue escribiendo tan bonito, Carlos, allá donde estés.

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