El pasado jueves 13 de agosto se celebró el Día Internacional de la Zurdera. Seguramente os preguntaréis, ¿por qué existe un día en la agenda dedicado a las personas que usan la mano izquierda en sus quehaceres instrumentales? O quizá también os planteáis: ¿De verdad el tema es tan importante como para interrumpir mi lectura de verano y leerte? O a lo mejor añadís: ¿No tienes otra cosa mejor sobre la que escribir, eh? ¡¿De qué vas?!
¡Bueno bueno! ¡Tampoco es para ponerse así! Sí, esto va dedicado a los zurdos y, si no te gusta, que te zurcen.
Regresemos a la cuestión. A propósito de la zurdera, esta semana mantuve una conversación con mi padre putativo -siempre le ha gustado usar este término con morros apretados y tono de culebrón venezolano-, nacido en 1953, porque el runrún de una de sus historias de escuela empezó a sonar en mi cabeza. Mi pregunta fue muy simple («¿Qué nos contaste aquella vez sobre tu manía de usar la izquierda y la manía del profesor de usar la regla contra tu integridad física de niño toca-pelotas?»). Su respuesta me dejó tiesa. Recordad que estamos a finales de la década de los cincuenta. No es que mi padre fuese zurdo; es que era ambidiestro, razón por la cual alternaba despreocupadamente el uso de una mano u otra a la hora de coger el lápiz. Ello cabreaba sobremanera al maestro, quien tenía bien entrenada a su infalible regla, la cual era su metodología estrella para aplacar todo tipo de conductas discordantes.
La medida correctora fue limpia y drástica: atarle una cuerda al torso en cuyo extremo se anudaba el lápiz al dedo índice de su mano derecha, y obligar a mi padre diariamente a usar dicha mano, que era la correcta y normativa.

Como vemos, ser zurdo hace cuarenta años era una manía o deficiencia a atajar de raíz, mientras que en nuestros días se trata, tan sólo, de una particularidad que posee una parte de la población -en concreto, en España son un 12%. Cabe mencionar, por cierto, que estos individuos a menudo encuentran ciertas trabas al usar equipamiento diseñado para diestros (cambio de marchas del coche, instrumentos musicales, material escolar como tijeras o sillas con pala de escritura, etc).
Hagamos un alto en el camino y comprobemos cómo el acervo popular es quien más se ha cebado contra la zurdera y, para ello, tan sólo nos basta explorar la etimología y ver que esta incurre en el estigma hacia las personas que se sirven de la izquierda como vehículo de contacto y uso de artilugios de la vida diaria. De hecho, el latín usaba ‘sinister’ (izquierda) como contrario a ‘dexter’ (derecha). De ‘sinister’ os vendrán rápidamente las palabras derivadas siniestro o siniestramente de las cuales conocéis el oscuro significado. Sin embargo, la palabra ‘zurdo’ nos viene heredada de una lengua preromana -el euskera- y ‘siniestra’ se conserva actualmente tan sólo como cultismo.
¿Vamos al origen? Según el lingüista Joan Coromines (Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico, 1980-1991), la palabra zurdo -cuyos primeros registros escritos datan del año 1475- parece provenir del vasco zur (cuya traducción sería ‘avaro’) y zurrun (que podríamos traducir como ‘inflexible o pesado’). Estos significados indican que tales individuos eran considerados poco resueltos, rudos, paletos. En cambio, las palabras derivadas de ‘diestro’ (proveniente del latín ‘dexter’) como destreza nos hablan del ‘saber hacer’ asociado a la mano derecha, la cual ha contado desde la cristianización con el beneplácito de las buenas costumbres.
¿Y la izquierda? La siniestra (aviesa y malintencionada, según la RAE) ha levantado, a lo largo de los siglos, olas de superstición asociadas al infortunio. Pero el final de este artículo le reserva un masaje, no os preocupéis.
Pues bien. Ha llegado el momento de la redención de la mano maldita. ¿Preparados? Contra todas las referencias, refranes y dichos que relacionan la mala suerte, la adversidad, la alteridad o el demonio como usuario de la mano izquierda, se levanta una frase hecha que, con los años y tras haber conocido a gente que la pone en práctica, representa, para mí, el saber reposado en su grado máximo:
Tener mano izquierda.
Sí, amigos. No hay mala fama o superstición que pueda enterrar el saber que esconde esta frase. Tener mano izquierda significa mirar, entender, analizar y aceptar algo que duele o descoloca y atacar con suavidad por el lado inesperado.
Cuántas veces la he cagado y no la he aplicado. Ejem. Perdón. No os preocupéis; esto no es escritura terapéutica.
Tener mano izquierda me transporta a mi trabajo de profe, con aulas atiborradas de adolescentes expertos en encontrar tus ranuras de inseguridad, tus contradicciones, tus verdades a medias y tus verdades auténticas. Tener mano izquierda ha sido la mejor táctica, la mano que entra suave e inesperada; la que sigue el camino más largo hasta tocar el corazón más rebelde. Tener mano izquierda con ‘los peores’ me abrió unos cuantos corazones.
De este modo, comprobamos cómo la izquierda es la mano menor según la Biblia y, en cambio, en la vida real es la mano mayor para enfrentar con habilidad los embistes de la vida.
Y José tomó a los dos, a Efraín con la derecha, hacia la izquierda de Israel, y a Manasés con la izquierda, hacia la derecha de Israel, y se los acercó.
(Génesis 48:13)
Gracias, padre putativo, por contarme tus historias de ambidiestro y tu pasado de niño irreverente.
Un agradecimiento especial para Paco Álvarez, a mi derecha, y su web de referencia Gramática Histórica del Castellano.
Citas:
Gramática Histórica del Castellano
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