Escribo porque se me olvida casi todo, y escribiendo creo que lo grabo o lo incrusto en las meninges tozudas del vacío existencial al que me resisto a caer. Escribo porque los trazos son venas asfaltadas que arranco del cemento y levanto del suelo, agarrándolas bien fuerte para impulsarme y no dar bandazos. Escribo virilmente porque la tinta sobre papel es la semilla visible y el alcance de todo lo que soy. Escribo porque sé que soy caduca y el oxígeno de mi pulmón y medio halla remedio temporal al narrar al oído de quien lee, o escucha lo leído. Escribo con la misma ingravidez libertaria del imbécil que saborea un cóctel sumergiendo sus carnes en un spa de aguas turbias. Escribo sabiendo que el papel amarillea y que los huesos cognitivos son presa de la artrosis temporal, y escribo porque no estoy sola mientras escriba. Escribo sudando un rosario de cuentas de resina palpitante porque no se puede poner límites al poder de la escritura que, aunque sé que no perdura eternamente, dura un poco más que la estafa diaria de las sonrisas enlatadas.
Escribo.
¿Escribes?

Ilustración de JM Bartolomé Catarineu. @Creativecommons
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