A través del cristal

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El portal de mi casa mira de frente a una carretera de doble sentido a través de la cual circulan turismos, autobuses, bicicletas, patinetes y motos. ¿Echáis en falta algún vehículo? Lo he dejado aparte, a propósito: el autocar escolar.

Este vehículo es un habitáculo de recuerdos de la infancia (buenos, malos y grises), pero también es la alegría innata, la ilusión per se, las expectativas de hacer algo diferente que te ilumina.

Alegría e ilusión, dos conceptos que se suelen diluir en la edad adulta. Perderlos es, sin embargo, una decisión personal, pues el mundo sigue girando con oportunidades de oro para mirar a la vida de frente, otra vez.

Esta mañana he salido del portal del edificio de pisos donde vivo, con tan buena suerte de levantar la cabeza y ver un enorme autocar escolar reventado de niños, detenido en el semáforo. Cuando cruzas la mirada con escolares que te echan un vistazo desde el otro lado del cristal, hay un 95% de posibilidades de que te saluden.

Nada más establecer contacto visual con dos de ellos -debían de tener unos 7 u 8 años-, me han saludado enérgicamente. Su alegría me ha contagiado; su necesidad de contacto per se me ha resarcido. 

Les he devuelto el saludo esmerándome en emular su alegría. 

¿Lo habré conseguido?

La IA me ha ayudado a borrar las caras. ¿Te acuerdas de la tuya cuando salías de excursión?

El autocar ha arrancado y he pensado que la vida aún merece la pena.

Ojalá existiesen autocares especiales que transportasen barriles humeantes llenos de prejuicios, amargura y desconfianza y los abocaran al Mar de la Edad Adulta, un mar negro cuyas aguas infectas pudiesen ser evaporadas por efecto de los rayos de sol de la infancia.

El verbo ‘saludar’ procede del latín ‘salutare’, desear salud

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