el cierre de discos Revolver desata un avispero nostálgico vestido de cuero negro

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A mediados de los años noventa, en la ciudad de Barcelona, los amantes del rock, trash, heavy, punk, gothic, reggae y el underground en todas sus afluentes recorríamos la calle Tallers, en el centro de la Ciudad Condal, con el objetivo de paladear una a una las legendarias tiendas de discos que poblaban aquella callejuela larga y serpenteante. El ritual litúrgico era entrar y preguntar al encargado si ya había llegado el último álbum de nuestra banda favorita; también repasábamos las últimas novedades del mercado discográfico y, si había suerte y el presupuesto nos acompañaba, comprábamos un nuevo parche para la mochila, bolso o vespa, una entrada para un concierto, un póster que llevábamos tiempo deseando o una camiseta de Extremoduro, Metallica, Nirvana, Sepultura, Thin Lizzy, Megadeth y muchos otros.

Me he propuesto escribir este artículo sin asomo de melancolía y os certifico que, de momento, no lo estoy consiguiendo. Pelillos a la mar. Guardemos los revólveres (nunca mejor dicho) y, ahora que nos hemos quitado la careta (fui una de ellos), podemos proseguir con zapatillas de estar por casa.

Una de estas tiendas de discos, la más auténtica por el ambiente y selección musical que se destilaba en aquellas estanterías negras, es (o en unos días, era) Discos Revolver, nacida en diciembre del año 1991. Desde que el mítico establecimiento musical anunciase su cierre el pasado 7 de julio a través de la red social X y la prensa comenzara a repartir titulares, Revolver no ha dejado de recibir visitas.

El avispero nostálgico de viejos amigos del rock y punk de los ’90 se agrupó el pasado lunes 14 de julio en el refugio musical proyectando una larga sombra romántica del pasado congelado en píldoras de contracultura. Padres e hijos paseándose entre los restos de las estanterías barridas de ofertas; jóvenes melómanos en busca de aquel hallazgo en forma de vinilo, cincuentones de alma heavy desorientados por la trascendencia de la noticia o usuarios de spotify que una vez se cortaron la coleta, pero vibraron también en la calle Tallers todas aquellas tardes de los viernes de hace treinta años.

En nuestros días, las plataformas de consumo de música en streaming copan el mercado imponiendo una mezcla de derechos de autor recortadísimos que rebajan la valía de la composición de la canción y un escandaloso margen de ganancias provenientes de la publicidad. Sí, puedes producir tu propia música. Pero a qué precio. La música, hoy, sucede en todas partes y en todo momento. En aquellos días, era corporal, física y tangible. Y creaba comunidad.

La sensación del pasado lunes 14 de julio era de estar deambulando por última vez entre los pasillos de nuestra juventud, cuando podías escuchar en auriculares de casco un discazo entero del grupo del momento y la tarde terminaba comiendo una hamburguesa o unas palomitas y un calimocho en La Ovella Negra. En Revólver, los decibelios escalaban con irreverencia -sin duda, la música siempre estaba mucho más alta que en Discos Castelló-, pero había un sonido que competía con los acordes de guitarra de los altavoces de la ‘revólver roja’: el chasquido de plástico de los CDs al chocar entre ellos frenéticamente mientras rebuscábamos con cabezonería musical.

Reliquia de los años noventa en forma de auriculares de casco gracias a los cuales podías escuchar las novedades discográficas del momento

Otro particular detalle informativo tan necesario como el agua en un desierto era el calendario de conciertos. Si querías estar a la última, antes de entrar en la tienda te detenías a leer atentamente la pizarra vileda atiborrada de fechas de conciertos y nombres de bandas. Entrar y comprar tu entrada. Fácil. Ni aplicaciones, ni registros, ni darte de alta como usuario, ni emails. Llevabas las entradas en el bolsillo de tu pantalón de vuelta a casa sin haber entregado tus datos al metaverso de guante blanco.

Por suerte, la ‘Revolver verde‘, hermana pequeña de la originaria Revolver roja y denominada así por el logotipo verde de la misma marca seguirá en activo y la podréis encontrar en calle Tallers número 11.

Sí, me ha quedado nostálgico porque soy parte del avispero. ¿Tú también?

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