En un pegote
de estiércol
enterró unos deseos.
El ayer, naranja.
Y untado de grasa.
Ciudad premonitoria
de algo incipiente.
Miradas de alerta
y ruido inminente.
Se sacó
el pegote
del bolsillo.
Seco, inodoro
y sin brillo.
Se levantó
del asiento
de la parada de autobús.
El cielo hizo ‘bum’:
petardeo atmosférico.
Esquirlas naranjas
Y ruido frenético.
El cielo
se fundió
en una luz estroboscópica,
que siguió parpadeando
en una cadencia lóbrega,
que anunció la llegada
del torpedo ensordecedor,
que se llevó a la mujer
de la parada de bus redentor,
quien con prisa e imposición,
surcó el cielo horadando
los límites de velocidad,
que ya no servían
en esa ciudad.
… y, desde el mismo cielo cayó
un pegote de estiércol seco,
resquebrajado y hueco.