Érase una vez
un adoquín brotado
al que llamaban marginado,
por eso estaba preocupado.
Pero un día descubrió
que cuanto más crecía,
más se desprendía
del gris alquitrán.
Así que extendió
su brote,
sin plantearse qué dirán,
y lo hizo crecer y crecer,
hasta arrancarse del suelo,
hasta arrancarse
del alquitrán.
Y fue a contarle
la historia de su huida
a su amiga Clorofila
a quien por cierto hacía tiempo
que no veía.
Brotando
y confiando
y no pensando
en el qué dirán
(ni en el alquitrán).
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